sábado, 1 de agosto de 2009

Capítulo NUEVE (Falsa alarma)



FaLsA @LaRmA


Aún recuerdo aquél día nublado y fresco de Octubre del 89. Yo cursaba el cuarto año de la primaria y la rutina estudiantil se había vuelto una cotidianeidad que me brindaba tanto seguridad como inconformidad. Ese tipo de pensamientos no deberían ser típicos para un escolar, pero la verdad, es que nunca he sido un niño normal.

Como todos los viernes, las primeras horas de clase eran las más duras y luego llegaba el recreo. Los viernes se caracterizaban por tener los recreos mas largos de la semana, nos daban diez minutos más, lo cual, en tiempo de un escolar, equivale a muchísisisisisimo tiempo. Otra característica de esos días era que en el patio central del colegio, se instalaban unos carritos que vendían paletas de hielo, SABALITOS y otras chucherías similares que pobremente recuerdo; sin embargo, ese viernes no fueron instalados tales micronegocios ambulantes, y los compañeros que los atendían no sabían el motivo por el cual no fueron requeridos para tal actividad.

Al sonar el timbre que anunciaba el fin del recreo, los más perceptivos nos dimos cuenta que había un tono raro en la voz de la directora que nos dirigía unas palabras al micrófono. Nos hablaba de orden y seguridad, pero ningún niño al que recién le han suspendido su juego, le presta atención a la responsable de tal acto terrorista.

Quizá si le hubiéramos prestado atención a “La cobra”, la más temida villana del poniente de Monterrey, algunos cuantos no hubiéramos aprendido aquella gran lección.

La dictadora-directora era amante de la limpieza, la pulcritud, el orden, los buenos modales y la superación académica y a todos los que tenía bajo su yugo, nos hacía esclavos de ellos. En aquél tiempo muchos la odiaron por todo eso, pero hoy en día, reconozco que eran esas cualidades que la convierten ahora en mis memorias en una gran institutriz. Sin embargo, esas mismas cualidades la llevaron a hacer aquél plan siniestro.

En complot con sus súbditos (maestros, secretarias, intendentes y demás personal) decidió que era momento de despertar en sus alumnos el instinto de supervivencia ante un siniestro, ya que los niños regios raramente están expuestos a terremotos, huracanes, tornados y demás. Acordó con sus cómplices realizar un simulacro con el único fin de enloquecer a propósito a al menos la mitad del alumnado.

En pocas palabras, los distraídos menores de edad, que no habían prestado atención a las insinuaciones de Cobra en su llamado al micrófono, comenzaron a gritar despavoridos cuando sonaron las sirenas de alarma de la escuela.

Como todos sabían, ese estriduloso sonido significaba que algo andaba mal y entonces saltaron de sus pupitres corriendo hacia las puertas de salida, haciendo caso omiso a las instrucciones de sus profesores.

Incluso los más ordenados, incluyendo al futuro doctorcito corazón, siguieron a la multitud hacia el patio central y luego trataron de salir del recinto por alguna de las puertas de salida, que habían sido estratégicamente cerradas con candado.

El pánico se apoderaba de casi todos, pues desconocían el motivo de la activación de la alarma. Podía ser que una bomba fuera estallar, o que un cometa iba a caer sobre ellos. Unos comenzaron a dispersar el rumor de que había un asesino dentro dela escuela y que había acuchillado a una niña de primer grado justo en el baño, otros aseguraban que un payaso con colmillos ensangrentados salió de las cloacas y había sido el responsable de tal asesinato.

Yo pensaba que todas esas teorías eran absurdas, pero definitivamente tampoco se trataba de un sismo, pues no se sentía que temblara; estaba nublado, pero no soplaba un viento increíble que me hiciera pensar en algún huracán o tornado. No había humo ni olor a quemado, así que se descartaba la idea de un incendio. Entonces, al no encontrar respuesta lógica a mis preguntas, abandoné al grupo y caminé hacia el centro del patio.

Recuerdo haberme dado la vuelta y observado como el rebaño de ovejas sin pastor seguían corriendo despavoridas huyéndole a un lobo imaginario. Corrían alrededor de toda la barda perimetral buscando que alguno de los portones estuviera abierto, mientras otros trataban sin éxito de brincar las enormes bardas y gritaban a través de los pequeños huecos de la pared pidiendo auxilio.

Al acercarme al desolado patio central, me percaté de la presencia del ser más temido por todos mis compañeros, pues despertaba más temor que el mismísimo payaso con colmillos ensangrentados que salía de las cloacas para asesinar niños en los baños.

Por alguna razón, la sonrisa en su rostro me inspiró mas seguridad que miedo, así que continué acercándome, hasta que estuve lo suficientemente cerca para entablar conversación con ella.
Antes que ella dijera nada, le cuestioné severamente: - ¿Por qué no les abre las puertas si usted tiene las llaves de todos los candados?-, a lo cuál ella respondió –Porque no hay motivo para salir huyendo de la escuela. Tu tienes el primer lugar de tu grupo, ¿sabes lo que significa la palabra SIMULACRO?- Me quedé atónito.

Acto seguido tomó el micrófono con su mano derecha y con su mano izquierda tomó mi mano derecha. Volteó hacia el cuarto de sonido, donde se habían escondido los intendentes y les hizo una seña para que se apagaran las alarmas y se encendieran las bocinas que estaban conectadas a su micrófono. Hecho esto, borró de su cara aquella sonrisa de satisfacción y endureció sus facciones. Pasó saliva y comenzó a hablar con voz firme y clara: SILENCIOOOOO!!!!, CALMAAAA!!!

Las ovejas respondieron rápidamente a los ladridos de la perra ovejera, y rápidamente formaron filas en el patio central, justo enfrente de ella. En 5 minutos, la multitud de estudiantes yacía en silencio alfabéticamente acomodada en el lugar.

Debo confesar que no recuerdo el regaño que les extendió a todos mientras me tomaba de la mano. Solo recuerdo estar pensando en lo que había pasado, en cada detalle de lo que había estado mal desde que sonó el timbre del recreo hasta ese momento. También recuerdo la cara de mis compañeros al verme tomado de la mano de esa vil harpía que había irrumpido con su paz y tranquilidad. Pero yo solo me encontraba analizándolo todo.

Han pasado 18 años desde aquel entonces, y en mi vida ya no me atormentan ni ESO, ni los coche- bomba, ni mucho menos “La Cobra”, pero a partir de ese momento y hasta ahora, se han suscitado situaciones similares en mi vida; suenan alarmas que me hacen creer que existe tal o cual circunstancia, pero analizándolas detenidamente mientras medio reacciono a ellas, aterrizo en la realidad de la que procede. Reconocido el problema, me alejo de mi reacción inicial para tomar una postura más cuerda y entonces me encuentro con alguna mano auxiliadora, amiga o enemiga que me regresa a mi realidad y me hace disipar las dudas sobre la presencia de monstruos o situaciones imposibles.

Ahora estoy agradecido con esa infame mujer, porque aún la recuerdo cada vez que se presenta ante mí una de esas falsas alarmas y procuro encontrar en mis amigos y familia, su sonrisa amable y tranquilizadora, así como su mano que me sujete a mi realidad.

Nuevamente ha sonado una falsa alarma y no he de confesar su nombre, al menos no aún. Creí con todo ese estruendo a mi alrededor, que él podía ser una persona afín a mi, pero era solo un simulacro. La vida jugó a ser “la cobra” y me lo puso enfrente, no para molestarme, sino para que me diera cuenta que tenía que estar mejor preparado para afrontar una situación así.

Ahora que dejado de correr en círculos, estoy caminado tranquilamente hacia el patio central, donde todo comenzó. Voy reconociendo las caras de los cómplices de quien encendió la alarma. Tomaré la mano de la directora, quien tiene la llave de todos los candados, y le sonreiré sin cuestionarle nada, pues ahora conozco las respuestas. Esperaré a que comience a regañar a la multitud, pero ésta vez le pondré atención y observaré la cara de cada uno de aquellos en el patio, pues entre ellos puede que se encuentre quien encienda en mí una verdadera alarma y estaré preparado para ello.